Vocación, formación y otras hierbas

VOCACIÓN Y ELECCIÓN

La vocación describe nuestra inclinación a dedicarnos a una determinada forma de vida o a un determinado trabajo. La vocación no siempre es previa a la decisión de cambio, en ocasiones puede aparecer con el ejercicio de la nueva elección, pero, en cualquier caso, es improbable que una vez aparezca desaparezca.

Un profesional sin vocación difícilmente sobresaldrá del resto; la condición indispensable para despuntar es algo tan simple como que te guste lo que haces. Todas las profesiones en las que el servicio profesional es el eje principal de su labor, la ausencia o presencia vocacional son mucho más evidentes. Un profesional de la salud que lo sea por vocación es capaz de observar y escuchar al paciente, de entenderlo y de crear una empatía determinante en la evaluación y tratamiento del problema.

Un profesional de la salud, sin vocación, se limitará a asociar cuatro signos y síntomas evidentes con sospecha de trastornos conocidos, proponiendo una solución más o menos estandarizada para cubrir la papeleta. Podrá tener la suerte de que su estrategia funcione en unos casos o se resuelva de manera espontánea en otros, pero una parte significativa de descontentos acabarán en manos de otros especialistas.

DISPOSICIÓN Y APTITUD

La disposición define la aptitud para hacer algo. Si la aptitud es la capacidad para realizar adecuadamente cierta actividad, función o servicio, resulta claro que una vocación sin aptitud es absolutamente estéril. Alguien puede tener la vocación de ejercer como psicólogo, pero si carece de formación y de experiencia profesional, por mucha voluntad e interés que tenga, no podrá ejercer su labor de manera eficiente.

«la vocación por sí misma no sirve para nada sino se acompaña de una aptitud que nace de la formación»

Por tanto, la vocación por sí misma no sirve para nada sino se acompaña de una aptitud que nace de la formación. Completar conocimientos o adquirirlos de nuevo, antes, durante y después de vivir la experiencia del ejercicio profesional, es el complemento perfecto de la vocación.

La expresión “estar dispuesto a hacer” presume el disponer de la capacidad de hacer, de ser apto para realizar aquello para lo cual nos sentimos en disposición de realizar. Luego la disposición como aptitud es una elección: elegimos aprender para mantener nuestra disposición profesional, en realidad nuestra vocación, sobre aquellas áreas de nuestra competencia académica y profesional que nos interesan.

FORMACIÓN, EXPERIENCIA y ESPÍRITU CRÍTICO

La formación describe el grado de conocimientos que poseemos sobre una determinada materia. Es más fácil deformarse que formarse porque lo primero no exige ningún esfuerzo; por esa razón, la formación tiene que ir ligada a la vocación y a la disposición.

La formación continuada va a misa, pero no del todo: sin renunciar a la humildad de reconocer que siempre podemos descubrir cosas nuevas; la verdadera consagración profesional viene por la experiencia y el espíritu crítico.

Durante el confinamiento, quien más quien menos, ha aprovechado el tiempo para formarse y esto es bueno. Sin embargo, existe el riesgo de pensar que la formación, por sí misma, es garantía de éxito profesional cuando no es exactamente así.

La formación es como la agudeza visual: necesaria pero no suficiente para una buena visión. Una persona que haya realizado docenas de cursos, pero que no aplique su espíritu crítico y experiencia, no conseguirá realizarse profesionalmente. La experiencia no es equivalente al paso de los años, sino a la capacidad de aprender de los éxitos y, sobre todo, de los errores. He conocido personas de 30 años con más experiencia que muchas que les doblan la edad.

«Es más fácil deformarse que formarse porque lo primero no exige ningún esfuerzo»

El sentido común es el bien mejor repartido del mundo porque todos creemos tener el suficiente y es probable que, en general, sea así. Pero existe un condicionante que pone de relieve hasta qué punto aplicamos el sentido común: el espíritu crítico.

Ni siquiera la autoridad de los sabios debe coartar nuestra capacidad de cuestionar lo que se da por aceptado. Acudir a un curso de una Vaca sagrada (o quizá un pollo sagrado) como si fuera el o la Gran Gurú de la Verdad, es un error. El o la Gran Gurú nos tiene que ser útil para aprender, pero también para hacernos pensar.

Debemos potenciar nuestro espíritu crítico para que, a la luz de nuestra experiencia, podamos ejercer nuestra formación de forma eficiente. Sólo así obtendremos una rentabilidad emocional y material satisfactoria.

El aspecto positivo más remarcable de las profesiones sanitarias es que nos ganamos la vida ayudando a resolver aquello que cada vez es más prioritario para la sociedad: sus problemas de salud. Para ofrecer este servicio no basta sólo con formarse, hemos de beber continuamente del cóctel formado por la ciencia, la experiencia y el sentido común.


Este artículo se publicó originalmente en la revista Optimoda+ del mes de junio. Puedes ver su versión interactiva en este enlace o sobre la publicación.

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